Crítica (Grijalbo Editorial). Barcelona, 1993.
Mediante un libro ameno e interesante Victoria Camps nos propone una crítica a la sociedad actual haciendo hincapié en la deshumanización a la que se han visto instigados sus miembros. En este punto Victoria establece un listón de lo que no resulta tolerable y reflexiona sobre cómo debería funcionar la sociedad para que, desde un punto de vista ético, fuese lo más correcta posible. Curiosamente este objetivo no la lleva a buscar un modelo completamente distinto de sociedad, sino que, por el contrario, acaba concluyendo que las democracias liberales contemporáneas son, parafraseando a Leibniz, el mejor de los modelos posibles que se pueden practicar. Y es que la sensibilidad que demuestra la autora para sus congéneres la lleva, no tanto a rechazar el sistema, sino sus excesos. Si lo liberal es contemplado por la autora con buenos ojos, el liberalismo (en cuanto a “exceso aristotélico”) es visto como una degeneración a la que hay que poner freno. Es por esto que lograr una sociedad mejor pasa necesariamente por un control estatal que ponga freno a los excesos de un sistema que es considerado como válido, aunque desbocado.
Pese a que la sombra de marxismo parece querer mostrarse alrededor de varias de las propuestas de Victoria, ésta rápidamente deja bien claro que con el marxismo no podemos encontrar otra cosa que una ideología más que discutible, trasnochada y, sobre todo, probadamente fracasada. Y es que para la autora es tan claro que el grueso de las propuestas de Marx resultan impracticables que ni siquiera pierde el tiempo en este libro criticándolas y, simplemente, las asume como equivocadas. Así tenemos expresiones tan rotundas como:
Los fracasos del pasado en los intentos de las aplicaciones prácticas de la doctrina de Marx terminan en la misma categoría que los nacionalismos fracasados. Es decir, teorías erróneas por sí mismas ya que no han demostrado tener éxito en la práctica. Estaríamos pues en un caso similar al de un grupo de personas que, después de no conseguir resolver una ecuación, decidiesen invalidar por completo las matemáticas. Así pues, para Victoria, no debe ser válida la conclusión marxista de que el capitalismo es un sistema intrínsecamente injusto que, aparte de generar crisis económicas periódicas como la que vivimos en estos momentos, ensancha las distancias entre los distintos estratos socioeconómicos. Por el contrario, aparte de defender el capitalismo-mercado como el mejor de los sistemas posibles, intenta ponerle parches para subsanar los problemas que él mismo genera. Una especie de retorno a lo “liberal” después de sufrir el liberalismo desbocado en el que ha terminado y que la propia autora, inteligente y consideradamente, denuncia.
Cuando se lee el libro uno no puede dejar de tener la impresión de que, pese a lo hábil y elaborado de sus propuestas, la autora parece responder a sus propios pre-juicios (ideas pre-concebidas). Es por esto que la izquierda y varios de los valores tradicionalmente vinculados a ella quedan relegados a lo marginal o inútil. Si el marxismo está fracasado, los nacionalismos deberán de seguir siempre un destino similar. Precisamente la autora dedica un amplio apartado del libro a estudiar este fenómeno y, además, demuestra haberlo hecho de forma aguda y concienzuda. Sin embargo la aproximación que hace a los nacionalismos parece estar hecha siempre “desde fuera”. Es decir, resulta evidente que, como fenómeno que además está particularmente ligado a lo afectivo (recordemos aquí al romanticismo clásico), la autora no lo comparte. (“ Si los nacionalismos son apelaciones al sentimiento […]. Por un lado, pues, el sentimiento parece endeble y poco fiable como fundamento de una política o de una ética universalizable […] pág.18) . Aunque el razonamiento resulta acertado, también hay que entender que esto no descarta que algo “ligado al sentimiento” también pueda ser válido. Sin embargo, y pese a los esfuerzos de la autora en varios de sus libros por separar ambos ámbitos, parece que este disgusto con los nacionalismos la impele a mostrarse renuente a ver el lado positivo del fenómeno de los nacionalismos. Es por esto que, cuando los analiza para explicarlos, llega a parecer que nos encontramos en el caso de alguien que no siente una pieza musical y que intentase comprender el significado de lo que otro ha compuesto a base de desmenuzarlo mecánicamente. Por ejemplo, parte de que cualquier tipo de nacionalismo sólo es admisible si es beneficioso desde un punto de vista práctico: “La autonomía es buena si se utiliza para bien, y no lo es si destruye en lugar de construir” (pág. 106) Algo que, de nuevo, y, como poco, deja en un segundo plano el que la idea sea o no sea válida en sí. Una visión pragmática que principalmente remite su validez a su funcionalidad.
Sin embargo la autora sí que observa perspicazmente varias de las características y modos de actuar más frecuentes en el fenómeno de los nacionalismos. Así nos dice: “Sea como sea, se trata siempre de defender algo propio, una identidad preterida, olvidada o, sobre todo, reprimida durante años por otra identidad más poderosa y dominante.” (pág. 108) En este caso la descripción resulta acertada, pero el problema llega en su descontextualización. Para ilustrarlo podemos recordar el caso de aquella persona que, después de ser preguntada sobre si era ecologista, respondía que no lo era pero la obligaban a serlo. Esta obligación parte de que se veía forzada a preocuparse por algo por lo que no debiera de estarlo ya que se da por supuesto que el respeto al medioambiente es algo incuestionable. En conclusión la aseveración anterior sobre el nacionalismo es correcta, el problema aparece al querer hacer ver que éste obtiene su legitimación a base de oponerse y no de su propia identidad.
Con un patrón similar nos presenta otra conclusión equivocada:
Bajo esta descripción nos encontraríamos con no pocos “nacionalismos tozudos” que, a base de indagarse a sí mismos, pierden la referencia de los demás. ¿Pero qué es el hombre sino indagar en su propia cultura? Ciertamente la mejor forma de comprender lo que somos es empezar por hacerlo con nosotros mismos, pero ello no implica perder de vista a los demás. De hecho en cuanto uno se conoce a sí mismo en su marco cultural más cerca está de lo que es el ser humano y, por tanto, más próximo a sus congéneres.
En lo que sí resulta útil la crítica que se hace en el libro de los nacionalismos es en desenmascarar a los falsos. Se describe lúcidamente lo atractivo de muchas de las más comunes propuestas nacionalistas. Éstas vinculan al individuo a lo tribal, a la reivindicación (o incluso apropiación) de lo que es considerado como suyo, o a la autoafirmación. Propuestas que, sin duda, resultan de primera mano atractivas y que no tienen por qué ir necesariamente de la mano de la razón o de la verdad.
Tanto en el tema de la crítica a los nacionalismos como en la justificación del capitalismo parece traslucirse la sumisión al orden establecido. Con razón Žižek señala que lo más asombroso es que en la actualidad ya no se concibe otro sistema económico que no sea el capitalismo. De hecho ésta es una de las mejores armas de defensa de cualquier sistema, el hacerse ver como “lo natural”. De similar manera los nacionalismos (separatismos, tal como son denominados en el libro) suponen una escisión con el orden establecido, pero no hay que olvidar que existe otra clase de nacionalismo (éste más vinculado en España a la derecha) que, generalmente de forma disimulada, propone el sometimiento al orden establecido. Es por esto que no caben medias tintas ya que, en este dilema, al no aceptar una posición caemos por fuerza en su contraria.
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Página personal de Victoria Camps
Blog de Victoria Camps
Mediante un libro ameno e interesante Victoria Camps nos propone una crítica a la sociedad actual haciendo hincapié en la deshumanización a la que se han visto instigados sus miembros. En este punto Victoria establece un listón de lo que no resulta tolerable y reflexiona sobre cómo debería funcionar la sociedad para que, desde un punto de vista ético, fuese lo más correcta posible. Curiosamente este objetivo no la lleva a buscar un modelo completamente distinto de sociedad, sino que, por el contrario, acaba concluyendo que las democracias liberales contemporáneas son, parafraseando a Leibniz, el mejor de los modelos posibles que se pueden practicar. Y es que la sensibilidad que demuestra la autora para sus congéneres la lleva, no tanto a rechazar el sistema, sino sus excesos. Si lo liberal es contemplado por la autora con buenos ojos, el liberalismo (en cuanto a “exceso aristotélico”) es visto como una degeneración a la que hay que poner freno. Es por esto que lograr una sociedad mejor pasa necesariamente por un control estatal que ponga freno a los excesos de un sistema que es considerado como válido, aunque desbocado.
Pese a que la sombra de marxismo parece querer mostrarse alrededor de varias de las propuestas de Victoria, ésta rápidamente deja bien claro que con el marxismo no podemos encontrar otra cosa que una ideología más que discutible, trasnochada y, sobre todo, probadamente fracasada. Y es que para la autora es tan claro que el grueso de las propuestas de Marx resultan impracticables que ni siquiera pierde el tiempo en este libro criticándolas y, simplemente, las asume como equivocadas. Así tenemos expresiones tan rotundas como:
“[…] una de las pocas críticas marxistas que no deberían perecer […]” (pág. 51) “Se acabaron, por fortuna, las grandes teorías explicativas del todo- la sociedad, el futuro, la historia-: el marxismo fue la última.” (pág .126) “El descrédito del marxismo […]” (pág.188)
Los fracasos del pasado en los intentos de las aplicaciones prácticas de la doctrina de Marx terminan en la misma categoría que los nacionalismos fracasados. Es decir, teorías erróneas por sí mismas ya que no han demostrado tener éxito en la práctica. Estaríamos pues en un caso similar al de un grupo de personas que, después de no conseguir resolver una ecuación, decidiesen invalidar por completo las matemáticas. Así pues, para Victoria, no debe ser válida la conclusión marxista de que el capitalismo es un sistema intrínsecamente injusto que, aparte de generar crisis económicas periódicas como la que vivimos en estos momentos, ensancha las distancias entre los distintos estratos socioeconómicos. Por el contrario, aparte de defender el capitalismo-mercado como el mejor de los sistemas posibles, intenta ponerle parches para subsanar los problemas que él mismo genera. Una especie de retorno a lo “liberal” después de sufrir el liberalismo desbocado en el que ha terminado y que la propia autora, inteligente y consideradamente, denuncia.
Cuando se lee el libro uno no puede dejar de tener la impresión de que, pese a lo hábil y elaborado de sus propuestas, la autora parece responder a sus propios pre-juicios (ideas pre-concebidas). Es por esto que la izquierda y varios de los valores tradicionalmente vinculados a ella quedan relegados a lo marginal o inútil. Si el marxismo está fracasado, los nacionalismos deberán de seguir siempre un destino similar. Precisamente la autora dedica un amplio apartado del libro a estudiar este fenómeno y, además, demuestra haberlo hecho de forma aguda y concienzuda. Sin embargo la aproximación que hace a los nacionalismos parece estar hecha siempre “desde fuera”. Es decir, resulta evidente que, como fenómeno que además está particularmente ligado a lo afectivo (recordemos aquí al romanticismo clásico), la autora no lo comparte. (“ Si los nacionalismos son apelaciones al sentimiento […]. Por un lado, pues, el sentimiento parece endeble y poco fiable como fundamento de una política o de una ética universalizable […] pág.18) . Aunque el razonamiento resulta acertado, también hay que entender que esto no descarta que algo “ligado al sentimiento” también pueda ser válido. Sin embargo, y pese a los esfuerzos de la autora en varios de sus libros por separar ambos ámbitos, parece que este disgusto con los nacionalismos la impele a mostrarse renuente a ver el lado positivo del fenómeno de los nacionalismos. Es por esto que, cuando los analiza para explicarlos, llega a parecer que nos encontramos en el caso de alguien que no siente una pieza musical y que intentase comprender el significado de lo que otro ha compuesto a base de desmenuzarlo mecánicamente. Por ejemplo, parte de que cualquier tipo de nacionalismo sólo es admisible si es beneficioso desde un punto de vista práctico: “La autonomía es buena si se utiliza para bien, y no lo es si destruye en lugar de construir” (pág. 106) Algo que, de nuevo, y, como poco, deja en un segundo plano el que la idea sea o no sea válida en sí. Una visión pragmática que principalmente remite su validez a su funcionalidad.
Sin embargo la autora sí que observa perspicazmente varias de las características y modos de actuar más frecuentes en el fenómeno de los nacionalismos. Así nos dice: “Sea como sea, se trata siempre de defender algo propio, una identidad preterida, olvidada o, sobre todo, reprimida durante años por otra identidad más poderosa y dominante.” (pág. 108) En este caso la descripción resulta acertada, pero el problema llega en su descontextualización. Para ilustrarlo podemos recordar el caso de aquella persona que, después de ser preguntada sobre si era ecologista, respondía que no lo era pero la obligaban a serlo. Esta obligación parte de que se veía forzada a preocuparse por algo por lo que no debiera de estarlo ya que se da por supuesto que el respeto al medioambiente es algo incuestionable. En conclusión la aseveración anterior sobre el nacionalismo es correcta, el problema aparece al querer hacer ver que éste obtiene su legitimación a base de oponerse y no de su propia identidad.
Con un patrón similar nos presenta otra conclusión equivocada:
“Las identidades nacionalistas, en cambio, insisten en subrayar lo diferente: la lengua, las tradiciones, la bandera, los himnos, el folklore son las piezas más importantes e intocables de su cultura que deja de ser, porque es sólo suya, la cultura de todos.” (pág.118)
Bajo esta descripción nos encontraríamos con no pocos “nacionalismos tozudos” que, a base de indagarse a sí mismos, pierden la referencia de los demás. ¿Pero qué es el hombre sino indagar en su propia cultura? Ciertamente la mejor forma de comprender lo que somos es empezar por hacerlo con nosotros mismos, pero ello no implica perder de vista a los demás. De hecho en cuanto uno se conoce a sí mismo en su marco cultural más cerca está de lo que es el ser humano y, por tanto, más próximo a sus congéneres.
En lo que sí resulta útil la crítica que se hace en el libro de los nacionalismos es en desenmascarar a los falsos. Se describe lúcidamente lo atractivo de muchas de las más comunes propuestas nacionalistas. Éstas vinculan al individuo a lo tribal, a la reivindicación (o incluso apropiación) de lo que es considerado como suyo, o a la autoafirmación. Propuestas que, sin duda, resultan de primera mano atractivas y que no tienen por qué ir necesariamente de la mano de la razón o de la verdad.
Tanto en el tema de la crítica a los nacionalismos como en la justificación del capitalismo parece traslucirse la sumisión al orden establecido. Con razón Žižek señala que lo más asombroso es que en la actualidad ya no se concibe otro sistema económico que no sea el capitalismo. De hecho ésta es una de las mejores armas de defensa de cualquier sistema, el hacerse ver como “lo natural”. De similar manera los nacionalismos (separatismos, tal como son denominados en el libro) suponen una escisión con el orden establecido, pero no hay que olvidar que existe otra clase de nacionalismo (éste más vinculado en España a la derecha) que, generalmente de forma disimulada, propone el sometimiento al orden establecido. Es por esto que no caben medias tintas ya que, en este dilema, al no aceptar una posición caemos por fuerza en su contraria.
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Etiquetas: Ética, Filosofía, Grijalbo, Paradojas del individualismo, Victoria Camps
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