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Editorial Península. 18ª edición, Octubre 2008.
La investigación de Max Webber busca desentrañar el modo de ser del capitalismo moderno, tal como se ha formado después de la caída de la Edad Media, y sus implicaciones con el protestantismo, así como sus vinculaciones religiosas. Fijándonos en los cuidados religiosos que ya aparecen en los primeros asentamientos humanos y observando la evolución que la religión ha tenido desde entonces podremos comprender que el hecho religioso se ha encontrado a lo largo de toda la historia de la humanidad, aunque de diversas maneras. Precisamente Webber también explora cómo la religión ha servido de marco sustentador al capitalismo. Fundamentalmente se podría decir que existen modos de “comportamiento” similares, de tal forma que el marco religioso sirvió para que el capitalismo encontrase un sostén y una justificación a un nuevo modo de actuar.
Haciendo una reflexión sobre el capitalismo (ya que se defiende, multiplica y hasta modifica el comportamiento humano para sus propios fines) se podría pensar que hasta parece vivir por cuenta propia. Webber señala que existen claros precedentes del capitalismo pero, sin embargo, éstos carecen del ethos (ἦθος) que le es propio al capitalismo moderno. En este nuevo modo de comportamiento resultó decisiva la impregnación religiosa. Para empezar porque supuso un potenciamiento del modo de obrar del capitalismo primitivo, pero también porque le infundió nuevos rasgos.
Webber utiliza a Benjamin Franklin para representar un precedente del modo de ser capitalista a través del escrito de 1736, “Advertencias necesarias a los que quieren ser ricos”, y de “Consejos a un joven comerciante”, de 1748. En ellas Webber destaca varios de los consejos que realiza Franklin:

“Piensa que el tiempo es dinero”; “Piensa que el crédito [el interés] es dinero.”; “Piensa que el dinero es fértil y reproductivo.”; “Piensa que, según el refrán, un buen pagador es dueño de la bolsa de cualquiera”; “Aparte de la diligencia y la moderación, nada contribuye tanto a hacer progresar en la vida a un joven como la puntualidad y la justicia en todos sus negocios.”; “Las más insignificantes acciones que pueden influir sobre el crédito de un hombre, deben ser tenidas en cuenta por él.”; “Además, has de mostrar siempre que te acuerdas de tus deudas, has de procurar aparecer siempre como un hombre cuidadoso y honrado, con lo que tu crédito irá en aumento.”; ”[...] lleva cuenta de tus gastos e ingresos. Si te tomas la molestia de parar tu atención en estos detalles descubrirás cómo gastos increíblemente pequeños se convierten en gruesas sumas, y verás lo que hubieras podido ahorrar y lo que todavía puedes ahorrar en el futuro.”

A base de afirmaciones como las anteriores Webber concluyó que el dinero dejaba de ser un medio para otro fin y consagraba lo que había en él y en torno a él como un fin en sí mismo. Algo que transgrede la formulación Kantiana del imperativo categórico con la fórmula del fin en sí mismo: "Obra de tal modo que uses la humanidad, tanto en tu persona como en la persona de cualquier otro, siempre como un fin al mismo tiempo y nunca solamente como un medio”. Ciertamente el dinero parece tornarse en un material noble que ennoblece todo cuanto toca. Esta complacencia es uno de los indicadores de la vinculación de este modo de obrar con la “fase anal” que describió Freud. El objetivo fundamental es ir acaparando objetos materiales considerados valiosos o, en este caso, el dinero que los representa. Recordemos que las personas con este carácter suelen presentar racionalizados varios de sus rasgos: orden, limpieza, tacañería o puntualidad. Lista que coincide en varios puntos con las citas anteriores de Franklin y con la serie de virtudes que recomendó en su autobiografía.
Sin embargo Webber comprende que, pese a la similitud de los pensamientos de Franklin con el espíritu capitalista contemporáneo, de éstos se deduce que es suficiente con aparentar la virtud y no es necesario practicarla. Esta posición conservadora no resulta conveniente para el capitalismo y, por lo tanto, éste debe ejercer presión para modificarla. El objetivo es batir a las posiciones tradicionalistas que se conformaban con ganar lo suficiente para vivir ya que éstas no permitían aumentar la producción. La primera tentativa fue ofrecer más sueldo, pero fue un fracaso ya que la gente no deseaba trabajar más para ganar más de lo que le era necesario. Así pues se tomó el camino contrario, hacer descender el sueldo de los trabajadores para que así éstos se viesen obligados a trabajar el máximo posible de la jornada laboral para obtener lo suficiente como para poder vivir. Desde entonces esto se consagró como máxima en el capitalismo moderno, salvo en el caso de empleos en el que la calidad (y no sólo la cantidad) fuese necesaria en la productividad. En estos casos se hace necesario aumentar los sueldos para que el trabajador tenga un plus de satisfacción que le permita realizarlo. Un sueldo bajo sólo es eficaz para el capitalismo en trabajos mecanizados o de baja cualificación.

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