“La ética protestante y el espíritu del capitalismo”, de Max Webber (II): Protestantismo y ascetismo como catalizadores.
Editorial Península. 18ª edición, Octubre 2008.
El que el poder se arrogue tener a Dios de su parte ha sido una de las principales formas de legitimación que ha tenido. Pero, si bien este proceso no ha sido siempre del todo consciente, de pareja forma se extendió el mismo prejuicio en la sociedad a través de las ideas religiosas. El protestantismo no cambió este proceso, simplemente lo derivó por un camino distinto.
Lutero estima que la vida monacal es el resultado de una actitud egoísta que evade las responsabilidades del cristiano en la vida. En su lugar promueve el trabajo como forma de amor hacia el mundo y como medio para servir a Dios. En el trabajo, además, nos debemos al que se nos ha encomendado ya que Dios ha colocado a cada uno en el lugar que le corresponde. Cosa justificada mediante la doctrina de la predestinación (especialmente marcada en el calvinismo). Como podía ser de esperar se acaba promoviendo el trabajo como medio para lograr la “santidad”. Especialmente en el trabajo incesante, algo que además evita las dudas de carácter religioso (como las que el propio Lutero sufría). Mientras que esta santidad se logra en el catolicismo mediante el acopio de buenas acciones, en el calvinismo se busca el control de sí mismo. En cualquier caso la gracia se obtiene por la acción de un poder objetivo sobre el que el hombre no puede hacer más que recibirlo. El trabajo es pues señal de la gracia de Dios y fin principal en la vida. Sentirse a disgusto con él significa no estar en la gracia. De forma que el principio paulino de que “el que no trabaje, que no coma” representa la consecuente maldición para los que no se hayan a gusto en el trabajo que les ha tocado. De igual manera la mendicidad, como pecado capital de pereza, resulta reprobable. Por eso Calvino la prohibió.
Con este marco nos encontramos que para el empresario burgués, no sólo resulta lícito guiarse por el lucro personal, sino que también esto está recomendado. Siente que su labor está llena de gracia y las desigualdades sociales forman parte del orden divino. Este nuevo e incipiente modo de ser capitalista permaneció incluso después de que la sociedad relegase la religión. El empresario sigue poniendo al mercado por encima de todas las leyes y, considerándolo como justo, no acepta impedimentos estatales o eclesiásticos. La situación del empresario le permite generar empleo y esto le produce la satisfacción de haber contribuido al beneficio de su ciudad. De esta manera el empresario sigue manteniendo el “estado de gracia” debido a su actividad, aunque ya sea fuera del marco religioso. Si observamos las descripciones de los “improvement comunales” que hace Franklin veremos como allí también queda reflejado el moderno empresario como un “idealista”, orgulloso de haber ofrecido trabajo a los demás y haber contribuido al florecimiento de su ciudad natal.
Webber utiliza también varios libros que le parecen representativos de esta consolidación del capitalismo. En “The Pilgrim’s progress”, la obra de John Bunyan, ve plasmada la idea calvinista de la ciudad ordenada conforme a los preceptos de Dios. Algo que obliga a la persona, no sólo a su propia autodisciplina, también a conformar la sociedad a semejanza de lo que considera que debe de ser. Rasgo este que todavía se puede encontrar hoy en día en la derecha política. Mientras que la izquierda renuncia al discurso sobre temas referentes a la “res privada” del individuo (aborto, natalidad,...) delegando en éste la potestad de la decisión, la derecha tiende a imponer su criterio y fomenta políticas que deciden sobre el ámbito privado del individuo. Por ejemplo con los mencionados temas del aborto y la natalidad.
En el trabajo se encuentran características que fomentan su idoneidad como medio ascético, algo que ya se pudo observar desde la regla de los benedictinos. Esta implicación ascética, propiciada por lo mencionado al comienzo de este artículo, supone también la represión puritana de todo lo que vaya ligado a la sensualidad. Webber cita unas palabras de Richard Baxter que representan esto:
Esta idea que Baxter transmite todavía no se muestra como en el precepto de Franklin (“el tiempo es dinero”) pero ya aparece la concepción de que una hora perdida es una hora que se roba al trabajo al servicio de Dios. Por eso también es reprobable la contemplación inactiva, porque se realiza a costa del trabajo profesional. Además, para eso, ya existe el domingo. Baxter también señala cómo los que permanecen ociosos son los que luego no tienen tiempo para Dios cuando llega la hora de dedicárselo y especifica que lo mejor para cada uno es poseer una profesión fija. De otra forma se vive en desorden. Con Lutero, por el contrario, había que conformarse con lo que tocaba en suerte.
En este contexto ascético vemos que el “amor al prójimo” sirve para la gloria de Dios (son pecaminosas las obras que tienen un fin distinto que el de honrar a Dios tal como se cita en “Hanserd Knollys Confessions” cap. XVI), ya que nosotros estamos aquí para darle gloria. En consecuencia al obrar el amor no va dirigido a los seres concretos, sino que debe de ir a lo abstracto (Dios) y hacerse por él. Aquí se refleja el contenido y objetivo fundamental de la ascesis: evitar el goce despreocupado de la vida y conseguir la concentración para los fines “ideales”.
Es necesario hacer notar que existe una continuidad entre esta ascesis sexual puritana y el ascetismo monacal, ya que la diferencia simplemente es de grado. Incluso cabría pensar que en la vida matrimonial las norma es todavía más rígida ya que, por ejemplo, el comercio sexual sólo es lícito, incluso en el matrimonio, como medio querido por Dios para aumentar su gloria por el precepto “creced y multiplicaos”. Contra la tentación se prescriben varios remedios: dieta sobria, régimen vegetariano, baños fríos, pero, sobre todo, trabajar duramente en la profesión que desempeñamos.
El que el poder se arrogue tener a Dios de su parte ha sido una de las principales formas de legitimación que ha tenido. Pero, si bien este proceso no ha sido siempre del todo consciente, de pareja forma se extendió el mismo prejuicio en la sociedad a través de las ideas religiosas. El protestantismo no cambió este proceso, simplemente lo derivó por un camino distinto.
Lutero estima que la vida monacal es el resultado de una actitud egoísta que evade las responsabilidades del cristiano en la vida. En su lugar promueve el trabajo como forma de amor hacia el mundo y como medio para servir a Dios. En el trabajo, además, nos debemos al que se nos ha encomendado ya que Dios ha colocado a cada uno en el lugar que le corresponde. Cosa justificada mediante la doctrina de la predestinación (especialmente marcada en el calvinismo). Como podía ser de esperar se acaba promoviendo el trabajo como medio para lograr la “santidad”. Especialmente en el trabajo incesante, algo que además evita las dudas de carácter religioso (como las que el propio Lutero sufría). Mientras que esta santidad se logra en el catolicismo mediante el acopio de buenas acciones, en el calvinismo se busca el control de sí mismo. En cualquier caso la gracia se obtiene por la acción de un poder objetivo sobre el que el hombre no puede hacer más que recibirlo. El trabajo es pues señal de la gracia de Dios y fin principal en la vida. Sentirse a disgusto con él significa no estar en la gracia. De forma que el principio paulino de que “el que no trabaje, que no coma” representa la consecuente maldición para los que no se hayan a gusto en el trabajo que les ha tocado. De igual manera la mendicidad, como pecado capital de pereza, resulta reprobable. Por eso Calvino la prohibió.
Con este marco nos encontramos que para el empresario burgués, no sólo resulta lícito guiarse por el lucro personal, sino que también esto está recomendado. Siente que su labor está llena de gracia y las desigualdades sociales forman parte del orden divino. Este nuevo e incipiente modo de ser capitalista permaneció incluso después de que la sociedad relegase la religión. El empresario sigue poniendo al mercado por encima de todas las leyes y, considerándolo como justo, no acepta impedimentos estatales o eclesiásticos. La situación del empresario le permite generar empleo y esto le produce la satisfacción de haber contribuido al beneficio de su ciudad. De esta manera el empresario sigue manteniendo el “estado de gracia” debido a su actividad, aunque ya sea fuera del marco religioso. Si observamos las descripciones de los “improvement comunales” que hace Franklin veremos como allí también queda reflejado el moderno empresario como un “idealista”, orgulloso de haber ofrecido trabajo a los demás y haber contribuido al florecimiento de su ciudad natal.
Webber utiliza también varios libros que le parecen representativos de esta consolidación del capitalismo. En “The Pilgrim’s progress”, la obra de John Bunyan, ve plasmada la idea calvinista de la ciudad ordenada conforme a los preceptos de Dios. Algo que obliga a la persona, no sólo a su propia autodisciplina, también a conformar la sociedad a semejanza de lo que considera que debe de ser. Rasgo este que todavía se puede encontrar hoy en día en la derecha política. Mientras que la izquierda renuncia al discurso sobre temas referentes a la “res privada” del individuo (aborto, natalidad,...) delegando en éste la potestad de la decisión, la derecha tiende a imponer su criterio y fomenta políticas que deciden sobre el ámbito privado del individuo. Por ejemplo con los mencionados temas del aborto y la natalidad.
En el trabajo se encuentran características que fomentan su idoneidad como medio ascético, algo que ya se pudo observar desde la regla de los benedictinos. Esta implicación ascética, propiciada por lo mencionado al comienzo de este artículo, supone también la represión puritana de todo lo que vaya ligado a la sensualidad. Webber cita unas palabras de Richard Baxter que representan esto:
“Si dios muestra un camino para obtener más riqueza y lo depreciáis ponéis obstáculos a uno de los fines de vuestra vocación. Podéis trabajar para ser ricos, no para poner vuestra riqueza al servicio de la sensualidad y vuestros pecados, sino para honrar a Dios.”
Esta idea que Baxter transmite todavía no se muestra como en el precepto de Franklin (“el tiempo es dinero”) pero ya aparece la concepción de que una hora perdida es una hora que se roba al trabajo al servicio de Dios. Por eso también es reprobable la contemplación inactiva, porque se realiza a costa del trabajo profesional. Además, para eso, ya existe el domingo. Baxter también señala cómo los que permanecen ociosos son los que luego no tienen tiempo para Dios cuando llega la hora de dedicárselo y especifica que lo mejor para cada uno es poseer una profesión fija. De otra forma se vive en desorden. Con Lutero, por el contrario, había que conformarse con lo que tocaba en suerte.
En este contexto ascético vemos que el “amor al prójimo” sirve para la gloria de Dios (son pecaminosas las obras que tienen un fin distinto que el de honrar a Dios tal como se cita en “Hanserd Knollys Confessions” cap. XVI), ya que nosotros estamos aquí para darle gloria. En consecuencia al obrar el amor no va dirigido a los seres concretos, sino que debe de ir a lo abstracto (Dios) y hacerse por él. Aquí se refleja el contenido y objetivo fundamental de la ascesis: evitar el goce despreocupado de la vida y conseguir la concentración para los fines “ideales”.
Es necesario hacer notar que existe una continuidad entre esta ascesis sexual puritana y el ascetismo monacal, ya que la diferencia simplemente es de grado. Incluso cabría pensar que en la vida matrimonial las norma es todavía más rígida ya que, por ejemplo, el comercio sexual sólo es lícito, incluso en el matrimonio, como medio querido por Dios para aumentar su gloria por el precepto “creced y multiplicaos”. Contra la tentación se prescriben varios remedios: dieta sobria, régimen vegetariano, baños fríos, pero, sobre todo, trabajar duramente en la profesión que desempeñamos.
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