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Erich Fromm - El dogma de CristoPaidós Studio. 3ª reimpresión. Barcelona, 1987.
Pese a que el autor de este libro es un ateo declarado su análisis de la evolución del cristianismo es igualmente válida para un creyente. Para comprenderlo basta con recordar el pensamiento de otro ilustre pensador de la izquierda, Feuerbach. Éste, con su crítica al cristianismo, conseguía también eliminar las sucesivas capas de prejuicios y mentiras que se habían fijado a lo largo de la historia. Fromm, de manera similar, aunque no con el mismo propósito declarado, analiza la evolución teológica del cristianismo y, a través de sus dogmas, hace un análisis sociopsicológico que permite comprender con mayor profundidad el origen de los contenidos de esta religión y los motivos del proceso histórico que ha vivido. Para Fromm resulta decisivo el contexto socioeconómico en el que se originó el cristianismo. Hasta tal punto esto es así que, bajo los presupuestos que se manejan en el libro, no sería posible pensar en el surgimiento de esta religión en otra situación sustancialmente distinta.
La época en que se originó el cristianismo primitivo se caracterizaba por una opresión completa sobre las clases populares. Ya en el 6. D.C. hubo un movimiento revolucionario y, posteriormente, en el 66 D.C., estalló una gran revuelta contra Roma. . La opresión sobre las clases populares era tan completa que no les quedaba ninguna posibilidad para hacer frente al poder que provenía de Roma ni de los grupos fariseos. En este contexto Fromm interpreta que, como la masa popular de la época no podía rebelarse de ninguna forma en el plano real, trasladaron esta revolución al plano “imaginario”. Es decir, el religioso. A partir de aquí, y mediante la interpretación psicológica de este movimiento de masas, vemos como el odio de las masas hacia la figura paterna representada en los dominadores romanos, los fariseos y los recaudadores de impuestos, tiene como consecuencia la búsqueda de un Padre espiritual bueno. Entonces un hombre, Jesús, queda elevado a la misma dignidad que Dios, situándose a su vera. Teniendo en cuenta que el que está en este estatus es uno de ellos esto permite a las masas la identificación con Jesús ante este padre espiritual que sustituye al simbolizado por el poder político y, al mismo tiempo, la eliminación edípica del poder único del padre. Al tiempo que algunos de los deseos de muerte dirigidos contra el Dios padre fueron pasados al hijo que, al padecer en la cruz, representaba la expiación de los deseos de muerte contra el padre.
Si bien esta teoría resulta verosímil, se hace necesario observar la peculiaridad de que se supone un odio contra el poder económico, representado por los ricos, o contra el poder político, representado por el emperador. Sin embargo resulta extraño suponer que existe tanto odio en una comunidad que precisamente promueve un “comunismo del amor”. Un término procedente de Harnack que Fromm recupera a causa de lo idóneo de su precisión. Así pues tendríamos que suponer que este primer odio tuvo que reprimirse de alguna manera para que el amor fraternal ocupase su lugar. Fromm estima que existe este odio en las bienaventuranzas de Lucas (6:20), por ejemplo cuando se dice: “¡ay de vosotros, los ricos! porque ya tenéis vuestro consuelo”; en el mendigo Lázaro “que deseaba saciarse de las migajas que caían en la mesa del rico” (Lucas 16:21) y en las palabras de Jesús: “Cuán difícilmente entrarán en el reino de Dios los que tienen riquezas. Más fácil es que pase un camello por el ojo de una aguja, que entrar en rico en el reino de Dios” (Lucas 18:24); o en la Epístola de Santiago (5:1 y versículos siguientes). De entre todos estos casos sólo parece que haya un manifiesto odio en el último, la Epístola de Santiago. “¡Ea ahora, oh ricos! ¡llorad y aullad a causa de las miserias que están para venir sobre vosotros.” Pero ésta es relativamente tardía (escrita al promediar el S.II d.C.) con lo que no aparece que pueda considerarse como algo central dentro del cristianismo originario. Para el resto de las citas no creo que pueda se confirmar un odio declarado ya que las alusiones a los ricos están más bien llenas de pena o de tintes proféticos que de una rabia o animadversión manifiesta. Por otra parte Fromm también alude a la expectativa que se daba en esta época de que en un breve espacio de tiempo ocurriría un cambio en un “abrir y cerrar de ojos” bajo el que la gente encontraría la felicidad que no tenía, además de que ricos y nobles serían castigados conforme a la justicia de las masas cristianas (pág. 50). Sin embargo, y si nos atenemos teológicamente a lo que nos trasmiten los evangelios, esta llegada del reino de Dios no es tanto un proceso externo sino la realización interna del proyecto cristiano. Es decir, el reino de Dios está donde sus discípulos deciden crearlo, no viene impuesto desde fuera por un poder externo. Así pues una cosa son los rumores de la época y otra cosa a lo que estrictamente se refirió Jesús.
La segunda fase del cristianismo viene determinada por los cambios en la composición social de su comunidad. La asimilación por parte de las clases medias hace que esta denuncia religiosa hacia los ricos por parte de los que no tienen nada tenga que transformarse teológicamente. Algo que queda representado en que el hombre que se convierte en Dios del cristianismo original pasa a ser un Dios que se convierte en hombre. Esta inversión del camino resulta definitiva para establecer la nueva jerarquía. El cristianismo se convirtió en Iglesia y, reflejando la monarquía absoluta del imperio romano, ésta se otorgó la capacidad de perdonar los pecados (algo que antes era exclusivo de Dios). Lo decisivo es que, mientras los primeros cristianos sentían aversión hacia la autoridad, ahora se sometían a ella bajo esta nueva estructura. En este contexto el cristianismo cumplió la función integradora que el emperador y el mitraísmo no podían conseguir de un modo tan completo. Es decir, la integración de las masas en el sistema absolutista romano. Ahora el Hijo estaba al lado del Padre y, por lo tanto, desaparecía la primera hostilidad hacia él. El crimen de Edipo cometido en la fórmula anterior (el desplazamiento del padre por el hijo) queda eliminado en el nuevo cristianismo. Además hay que señalar que el cristianismo se convirtió en religión oficial (y no el culto al emperador) porque permitía a las masas sufrientes la identificación con él. Las masas ya no se identificaban con el cristo crucificado para destronar al padre en la fantasía, sino para gozar de su amor y gracia. En el dogma católico, a diferencia de la doctrina cristiana primitiva, el énfasis ya no estaba en el derrocamiento del padre sino en la autoaniquilación del hijo. La agresión original contra el padre se volvió contra el propio ser y así proyectó una vía de escape inofensiva para la estabilidad social. La Iglesia católica entendió cómo acelerar y reforzar el proceso cambiando el reproche contra Dios y los dirigentes hasta convertirlo en reproche contra sí mismo. Acrecentó el sentimiento de culpa de las masas hasta el punto de hacerlo casi insoportable y así consiguió una doble finalidad: primeramente contribuyó a que los reproches fueran desplazados de las autoridades; después se ofreció a las masas como un padre bueno y amoroso que perdona los pecados. Es decir los sacerdotes perdonaban los pecados que ellos mismos habían provocado. Al identificarse con el Jesús sufriente, los grupos explotadores podían ellos mismos hacer penitencia. Podían consolarse con la idea de Jesús había sufrido voluntariamente y que esto era una gracia. Finalmente lo que se consiguió fue el mantenimiento de la estabilidad social preservando los intereses de la clase gobernante.
Pero no sólo el hijo ha cambiado. EL padre también se ha convertido en la madre que da abrigo y protección. El hijo, una vez rebelde, y luego sufriente y pasivo, se ha convertido en el niño pequeño. Es por esto que la “Gran Madre” se convierte así en la figura dominante del cristianismo medieval. Esto se pone de manifiesto en el papel que la Iglesia empieza a desempeñar y en el culto a María. En María se experimentan las cualidades maternas que siempre habían sido inconscientemente una parte de Dios padre. Esto sucede porque la figura se independiza. María con el niño Jesús, representada en infinidad de obras artísticas, pasó a ser la imagen del medioevo católico.
En el dogma de Nicea tenemos la consolidación de la tercera fase. Aquí se realiza una “cristología del logos” que comparten los gnósticos. Jesús no está separado de Dios, sino que era, en realidad, resultado del desdoblamiento de Dios ya que era preexistente y unigénito hijo de Dios consustanciado con él y, sin embargo, una persona a su lado. Harnack afirma que aquí comenzó a helenizarse intensamente el cristianismo. El cristo de la historia fue sustituido por un cristo conceptual. Puso la fe de los cristianos en el rumbo a la contemplación de las ideas. Esto llevó a una situación en la que, en vez de predicar la fe se predicaba la fe de la fe. Lo que detuvo el crecimiento de la religión mientras ostensiblemente la agradaba.

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