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(Trotta, 2007.)
La visión de Ellacuría de la inteligencia parte de “aprehender la realidad y enfrentarse con ella”. Queda pues ya claro que la orientación es la típica de la izquierda ya que pensamiento y aplicación práctica van ineludiblemente unidos. En Ellacuría es así hasta tal punto que la praxis no es desvinculable del pensamiento ya que uno y otro se conforman a la vez. Así pues no cabe espacio para la típica orientación intelectual de centrarse en el conocimiento y dejar para “los otros” la posible aplicación práctica.
Esta visión de la inteligencia comporta, a su vez, tres dimensiones: La intelectiva (con claro origen en Zubiri), o lo que es lo mismo, el “hacerse cargo de la realidad”; la ética, el “cargar con la realidad”; y la práxica, el “encargarse de la realidad”. A juicio de Sobrino también es posible una cuarta dimensión, la de “gracia”. Seria esta un “dejarse cargar por la realidad”. En cualquier caso queda claro que para Ellacuría no es aprehensible la realidad sin “cargar con lo oneroso de ella”. Es por esto que no resulta casual que la teología salvadoreña haya sido pionera en tomar la persecución y el martirio como temas centrales.
Ellacuría es heredero de la tradición bíblico-jesuánica mediante la cual la negatividad puede ser vehículo para la positividad. Es por esto que se puede producir la inversión de los valores comúnmente aceptados de cara a la subversión social tantas veces anhelada por el propio Ellacuría. Si al “pueblo crucificado” se le niega la palabra y el nombre a base de ignorarlo su consecuencia no puede ser distinta de la negarle la existencia (aunque sea por omisión). Pero el “pueblo crucificado” no sólo no es negatividad, sino que da “luz” (Is 42,6; 49,4). Esta “luz” consiste, principalmente, en que hace la función de “espejo invertido” ya que, al “verse desfigurado el Primer Mundo, se ve a sí mismo en su verdad, que intenta ocultar o disimular.” (p.23). Este mundo marginal tiene una realidad solidaria a la que asirse pero, sobre todo, tiene esperanza, que es algo de lo que el Primer Mundo carece. Por el contrario, lo que éste tiene es miedo. Es más, se puede decir que el pueblo crucificado tiene “gracia”, ya que al iluminarnos es él el que “carga con nosotros”.
Como dice Sobrino hacerse persona sensible resulta básico para llegar al conocimiento. Es por esto que se refiere a Ellacuría en estas palabras: “En mi opinión, Ellacuría se dejó afectar por la realidad, desde una honradez primordial ante ella, dejándola ser lo que es […]”. Esta aproximación no puede ser para Ellacuría otra que la de que se puede dar mediante la dialéctica. En un mundo en el que la palabra conflicto resulta mal vista y en el que el poder tiene interés por preservarse a base de eludir conflictos que lo cuestionen la dialéctica le supone al pueblo oprimido “crucificado” el enfrentamiento con el mundo de los opresores. Es la dialéctica que Freire describió y que José Comblin vuelve a remarcar de idéntica manera: “En realidad la humanidad está dividida entre opresores y oprimidos”Si ser persona significa ser sensible al sufrimiento ajeno y si el mundo pasa por la dualidad entre opresores y oprimidos no queda otra que asumir que optar por lo pobres significa optar por la confrontación. Es una nueva parcialidad que consiste en colocar en el centro a los pobres, porque es su condición la que le otorga este puesto. Para llegar al “centro” de los pobres hay que llegar a base de humildad, de un no-saber. Un pobre no da nada por supuesto porque no tiene nada fijo. Es por esto que la aproximación tiene que ser desde la “desnudez”. A estas alturas resulta fundamental saber quiénes son los pobres. Para eso deberemos de considerar la diversidad de la pobreza ya que existen distintos tipos: excluidos socialmente (leprosos y deficientes mentales), marginados religiosamente (prostitutas y publicanos), oprimidos culturalmente (mujeres y niños), dependientes socialmente (viudas y huérfanos), minusválidos físicamente (sordos y mudos, lisiados, ciegos,…) atormentados psicológicamente (posesos y epilépticos), humildes espiritualmente (gente sencilla temerosa de Dios, pecadores arrepentidos).
Ellacuría contrapone la “civilización de la pobreza” de este pueblo marginado a la “civilización de la riqueza”. Paradójicamente esta civilización de la riqueza es pobre en valores. Se podría decir que de la opulencia no nacen ganas de “ser” algo más, o de buscar algo más. En este sentido Ellacuría deja ver de nuevo otra de sus principales raíces, la marxista. Recordemos que en el concepto de propiedad de Marx es tan importante la carencia de bienes como su exceso. La carencia, lo que sería ir más allá del umbral de la miseria, impide al individuo desarrollarse como persona. Pero el exceso de bienes es, aunque no pudiera parecerlo a primera vista, igualmente dañino aunque en otra dirección. La opulencia condiciona al individuo a una orientación del “tener”, en lugar de la de “ser” (por utilizar la distinción de Fromm como referencia). Ellacuría define lo que sería esta orientación al ser como la vinculación al trabajo. En este sentido lo que se hace común es la actividad interior del individuo que será la base de su desarrollo como persona. La orientación al trabajo queda así contrapuesta a la del capital.
Pero la “civilización de la riqueza” no sólo no genera valores, sino que también es un sistema que intrínsecamente obliga a la deshumanización ya que, al partir del principio del “derecho de propiedad” (Ellacuría comprendió que el mundo rico debía de hacer intocable este fundamento para que el “statu quo” de la “civilización de la riqueza” no fuese amenazado) que obliga a todos sus miembros a competir entre ellos en vista de sus propios intereses. Esta deshumanización hace que, consecuentemente, no se valore la situación de los demás (sean estos del propio sistema o pertenezcan a otros grupos). Es así que la “civilización de la riqueza”, en su afán guiado por la codicia insaciable, acapara más bienes de los que le son necesarios dejando al resto en una situación “bajo mínimos”.
“En ellos [los pobres] irrumpe el misterio de la realidad y, como lo ha repetido la teología de la liberación, en ellos irrumpe la realidad del mismo Dios.” (p.39). Es por esto que son ellos los que dan la ultimidad y la Iglesia. Por eso resulta plenamente válida la frase de Jürgen Moltmann “no es la Iglesia la que tiene una misión, sino a la inversa, la misión de Cristo se crea una Iglesia. No es la misión lo que hay que comprender a partir de la Iglesia, sino a la inversa.” (“La Iglesia en la fuerza del Espíritu “, Salamanca (1978)). Y, como dijo Monseñor Romero, “la gloria de Dios es que el pobre viva.”. Es allí donde se hace el “Reino de los cielos”.

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