(Ediciones El Barquero, 2007)
Eloísa, sobrina del canónigo Fulberto, era una chica que vivía en París. Aunque Abelardo tenía fama de no sentirse interesado por las mujeres, lo cierto es que Eloísa sí que le llamó pronto la atención. Buscó un plan con el que poder seducirla a base de conseguir ser su profesor mediante una serie de argucias en las que se aprovechó de la confianza de Fulberto. Abelardo dice: “No dudaba de mi éxito: yo brillaba por la reputación, la juventud y la belleza; mi amor no temía ser rechazado por aquella mujer.” (P.51) Pese a todo acabó profesándole un amor honesto a causa del cual “Llegué a abandonar la filosofía y a descuidar mi escuela. Entregarme a mis cursos, dictar las lecciones, me provocaba un violento fastidio, y me inspiraba una fatiga intolerable: en efecto, yo consagraba mis noches al amor, mis días al estudio.” (P.52).
Después de que Fulberto descubriese a la pareja siguieron viéndose hasta que Eloísa quedó embarazada de su hijo Astrolabio. Entonces, aprovechando la ausencia de su tío, Abelardo decidió raptarla para hacerla llegar a la casa de su hermana en Bretaña. Después de la furia inicial de Fulberto, Abelardo intentó calmarlo disculpándose hasta que Fulberto finalmente accedió (al menos en apariencia). Aunque Abelardo declara que tenía intención de convertirla en su esposa (después de apalabrar una boda en secreto con Fulberto) parece ser que Eloísa se negó por la pérdida de prestigio que le podría suponer a Abelardo. Posteriormente al regreso de ambos a París, Fulberto aprovechó la ocasión para, junto a varios sicarios, emascular a Abelardo.
Aunque la castración en sí no afectó excesivamente a Abelardo lo que ya no pudo soportar fue las constantes burlas: “Abatido por completo ante tal miseria, la vergüenza, lo confieso, más que una verdadera vocación, me condujo a la sombra del claustro”. (P.60) Este fragmento me parece especialmente relevante en cuanto que una confesión así desbarata las peticiones que Abelardo hizo posteriormente a Eloísa para que se ordenase contra su voluntad y redimiese ella también los pecados de ambos mediante la vida contemplativa. En la réplica a la primera carta de Abelardo, Eloísa sólo pide que éste le siga escribiendo, poder seguir en contacto con él aunque sólo sea de esta forma. Mientras que ella sólo piensa en él, Abelardo ya se dedica a otras actividades que dejan su relación con ella en segundo plano. Abelardo aduce como respuesta a su silencio que “[…] ese mutismo no se debe a la negligencia, sino a la gran confianza que tengo en la sabiduría. No creí que tales recursos te fuesen necesarios: la gracia divina te colma de sus dones, en efecto, con tanta abundancia, que tus palabras y tus ejemplos son capaces de iluminar a los espíritus en el error, […]” (p.105). Recordemos que, aparte del impedimento físico de emasculación, Abelardo ya se había distanciado de Eloísa y había recuperado su interés por el conocimiento. Naturalmente la seguía teniendo en una gran estima pero ahora ya en un segundo plano. La vergüenza de Abelardo le hace consagrarse al conocimiento y unido esto está el menor interés por Eloísa. Él busca racionalizar esta situación impeliendo a Eloísa a ordenarse contra su voluntad (cosa que esta hace abnegadamente) para que pueda purgar las penas y tener una vida mejor. “¿para qué recordar nuestras antiguas manchas y las fornicaciones que precedieron al matrimonio?”; “Como te desplazaste con hábito de monja cuando quedaste embarazada Ella ha querido (la gracia divina) que tú expiases tu culpa con el mismo hábito que habías profanado; […]” (p.141); “Soporta, pues, hermana mía, soporta pacientemente, soy yo quien te lo pide, los efectos de la misericordia divina sobre nosotros. Es la vara de un padre la que nos ha golpeado, no la espada de un verdugo.” (p.147.) “[…] Dios, lejos de haberse mostrado cruel conmigo, por el contrario, me fue propicio. Sométete pues a sus decretos, […]” p.140. A través de estos fragmentos se puede ver como Abelardo pretende usar la visión agustiniana del pecado original para hacer penar a sí mismo y a Eloísa como tributo a un Dios vengativo que requiere satisfacción a los pecados que la pareja cometió. De esta manera Abelardo encuentra una coartada perfecta para retirarse al estudio contemplativo alejado de cualquier humillación al tiempo que obliga a Eloísa hacer lo mismo porque ya no tiene el mismo interés por ella y así puede eludir la tensión del contacto directo.
Nota: La imagen pertenece a "Eloísa y Abelardo" (1882), cuadro de Edmund Leighton.
Eloísa, sobrina del canónigo Fulberto, era una chica que vivía en París. Aunque Abelardo tenía fama de no sentirse interesado por las mujeres, lo cierto es que Eloísa sí que le llamó pronto la atención. Buscó un plan con el que poder seducirla a base de conseguir ser su profesor mediante una serie de argucias en las que se aprovechó de la confianza de Fulberto. Abelardo dice: “No dudaba de mi éxito: yo brillaba por la reputación, la juventud y la belleza; mi amor no temía ser rechazado por aquella mujer.” (P.51) Pese a todo acabó profesándole un amor honesto a causa del cual “Llegué a abandonar la filosofía y a descuidar mi escuela. Entregarme a mis cursos, dictar las lecciones, me provocaba un violento fastidio, y me inspiraba una fatiga intolerable: en efecto, yo consagraba mis noches al amor, mis días al estudio.” (P.52).
Después de que Fulberto descubriese a la pareja siguieron viéndose hasta que Eloísa quedó embarazada de su hijo Astrolabio. Entonces, aprovechando la ausencia de su tío, Abelardo decidió raptarla para hacerla llegar a la casa de su hermana en Bretaña. Después de la furia inicial de Fulberto, Abelardo intentó calmarlo disculpándose hasta que Fulberto finalmente accedió (al menos en apariencia). Aunque Abelardo declara que tenía intención de convertirla en su esposa (después de apalabrar una boda en secreto con Fulberto) parece ser que Eloísa se negó por la pérdida de prestigio que le podría suponer a Abelardo. Posteriormente al regreso de ambos a París, Fulberto aprovechó la ocasión para, junto a varios sicarios, emascular a Abelardo.
Aunque la castración en sí no afectó excesivamente a Abelardo lo que ya no pudo soportar fue las constantes burlas: “Abatido por completo ante tal miseria, la vergüenza, lo confieso, más que una verdadera vocación, me condujo a la sombra del claustro”. (P.60) Este fragmento me parece especialmente relevante en cuanto que una confesión así desbarata las peticiones que Abelardo hizo posteriormente a Eloísa para que se ordenase contra su voluntad y redimiese ella también los pecados de ambos mediante la vida contemplativa. En la réplica a la primera carta de Abelardo, Eloísa sólo pide que éste le siga escribiendo, poder seguir en contacto con él aunque sólo sea de esta forma. Mientras que ella sólo piensa en él, Abelardo ya se dedica a otras actividades que dejan su relación con ella en segundo plano. Abelardo aduce como respuesta a su silencio que “[…] ese mutismo no se debe a la negligencia, sino a la gran confianza que tengo en la sabiduría. No creí que tales recursos te fuesen necesarios: la gracia divina te colma de sus dones, en efecto, con tanta abundancia, que tus palabras y tus ejemplos son capaces de iluminar a los espíritus en el error, […]” (p.105). Recordemos que, aparte del impedimento físico de emasculación, Abelardo ya se había distanciado de Eloísa y había recuperado su interés por el conocimiento. Naturalmente la seguía teniendo en una gran estima pero ahora ya en un segundo plano. La vergüenza de Abelardo le hace consagrarse al conocimiento y unido esto está el menor interés por Eloísa. Él busca racionalizar esta situación impeliendo a Eloísa a ordenarse contra su voluntad (cosa que esta hace abnegadamente) para que pueda purgar las penas y tener una vida mejor. “¿para qué recordar nuestras antiguas manchas y las fornicaciones que precedieron al matrimonio?”; “Como te desplazaste con hábito de monja cuando quedaste embarazada Ella ha querido (la gracia divina) que tú expiases tu culpa con el mismo hábito que habías profanado; […]” (p.141); “Soporta, pues, hermana mía, soporta pacientemente, soy yo quien te lo pide, los efectos de la misericordia divina sobre nosotros. Es la vara de un padre la que nos ha golpeado, no la espada de un verdugo.” (p.147.) “[…] Dios, lejos de haberse mostrado cruel conmigo, por el contrario, me fue propicio. Sométete pues a sus decretos, […]” p.140. A través de estos fragmentos se puede ver como Abelardo pretende usar la visión agustiniana del pecado original para hacer penar a sí mismo y a Eloísa como tributo a un Dios vengativo que requiere satisfacción a los pecados que la pareja cometió. De esta manera Abelardo encuentra una coartada perfecta para retirarse al estudio contemplativo alejado de cualquier humillación al tiempo que obliga a Eloísa hacer lo mismo porque ya no tiene el mismo interés por ella y así puede eludir la tensión del contacto directo.
Nota: La imagen pertenece a "Eloísa y Abelardo" (1882), cuadro de Edmund Leighton.
Etiquetas: Cartas de P. Abelardo y Eloísa, El Barquero, Literatura, Pedro Abelardo
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